La izquierda y la derecha han perdido todo su sentido

La izquierda y la derecha han perdido todo su sentido

La izquierda y la derecha han perdido todo su sentido
Por David Souto Alcalde 18 de enero de 2022

«Quiero cabrear a los no vacunados», dijo el presidente francés Emmanuel Macron. Y lo dijo como si fuera uno de esos aristócratas depravados que pueblan las novelas de Sade, en tono jocoso, regodeándose en la vulnerabilidad de su próxima víctima, deshumanizándola para justificar la agresión del Estado. En su mundo, los no vacunados ni siquiera tienen el rango de adversario, sino que son presentados como miembros de una especie inferior que pueden y deben ser degradados a su gusto.

Podríamos considerar que este sadismo proviene directamente de la política neoliberal que Macron siempre ha representado. Pero no es tan sencillo. También está hablando para y por gran parte de la nueva y vieja izquierda que ha estado al frente del asedio fanático a los no vacunados en la mayoría de los países occidentales.

España, un país en el que el 90% de la población objetivo está vacunada, es uno de los lugares en los que más claramente se puede ver este fanatismo deshumanizador.

Hace unas semanas, el ex miembro del gabinete socialista Miguel Sebastián, reconociendo que la vacuna no detiene el contagio, declaró con entusiasmo que «la idea del pasaporte Covid es hacer la vida imposible a quienes no quieran vacunarse.»

El pasado 20 de diciembre, Ana Pardo de Vera, redactora jefe de uno de los periódicos más importantes de la izquierda, Público, afirmaba en una columna que «El pasaporte Covid para entrar en restaurantes, hoteles, bares o gimnasios es, sin duda, una forma de mostrar nuestro rechazo a esos ignorantes víctimas de bulos. Pero necesitamos más. Tal vez necesitemos escribirles en la frente con uno de esos tatuajes que no se pueden borrar en un par de semanas, el coste de su tratamiento si van al hospital, y darles una bofetada en la cabeza al salir, ya saben, algo… por ser los imbéciles que son.»

En este trumpismo de izquierdas, el no vacunado es el nuevo inmigrante ilegal, pues ocupa el mismo papel respecto al resto de la sociedad que el mexicano ilegal para la extrema derecha. Es el culpable de todos los problemas derivados de una gestión contradictoria, ineficiente y criminal de la pandemia.

Pero, ¿tiene algún fundamento la deshumanización a la que esta élite izquierdista quiere someter a los no vacunados?

The Lancet ya ha dejado claro que no tiene sentido hablar de una «pandemia de los no vacunados». Además, si consultamos los datos aportados por Pardo de Vera, vemos que en los grupos de edad de 12 a 29 años y de 30 a 59 años (la mayoría de los no vacunados se encuentran en el grupo demográfico de 20 a 40 años) no hay ninguna diferencia de mortalidad entre vacunados y no vacunados que pueda justificar remotamente sus insultos hacia el grupo de 20 a 40 años.

De hecho, estos datos sugieren una política que coincide con las recomendaciones de los expertos a menudo injustamente tachados de negacionistas del Covid-19; es decir, que la vacunación contra el Covid-19 no tiene por qué ser universal, sino que debe centrarse en los sectores más vulnerables de la población. Como dijo Martin Kulldorff, profesor de epidemiología en Harvard, en un famoso tuit censurado: «Pensar que todo el mundo debe vacunarse es tan científicamente erróneo como pensar que nadie debe hacerlo».

El histrionismo de esta izquierda trumpista no sólo degrada sin fundamento a los no vacunados, sino que al estilo del Gran Inquisidor de Dostoievski vilipendia -o, peor aún, silencia- nada menos que en nombre de la ciencia a estimados investigadores que cuestionan la gestión de la crisis. Esto, independientemente de que sean premios Nobel como Luc Montagnier, profesores de epidemiología de Harvard, Stanford u Oxford, científicos reputados y muy publicados como Peter McCullough, o miembros muy acreditados del grupo HART en Gran Bretaña.

Esta «lógica» de la anulación demuestra que la izquierda ha perdido sus instintos sociales fundamentales y se ha replegado a una fe ciega en un concepto muy cegado de la ciencia y el progreso tecnológico con sus raíces en el muy real, pero a menudo ignorado, impulso represivo dentro de la Ilustración del siglo XVIII. La etiqueta de «izquierda» se utiliza ahora para encubrir políticas antisociales y posthumanistas que van en contra de los siempre deseables impulsos igualitarios y de búsqueda de la libertad del mismo movimiento histórico.

Un elemento importante de este proceso envenenado es lo que Daniel Bernabé, en su excelente crítica de la política identitaria, ha llamado «la trampa de la diversidad». Pero más fundamental es la deriva autoritaria del Estado liberal defendida en las últimas décadas por teóricos como Scheuerman, Bruff y Oberndorfer.

La crisis de Covid-19 ha tenido lugar en medio de este movimiento más amplio hacia el autoritarismo y, por tanto, no debe considerarse un fenómeno totalmente nuevo, sino más bien un catalizador de estas dinámicas preexistentes. Dicho esto, el afán de la izquierda institucional por acelerar la transición a este nuevo autoritarismo es chocante en su virulencia.

Por ejemplo, en un reciente tuit, Ramón Espinar, ex diputado de la llamada Nueva Izquierda declaraba rotundamente: «Si las autoridades nos dicen que nos pongamos la careta al aire libre, nos la tenemos que poner. No se permiten tonterías».

Al destruir la distinción entre los dictados de las autoridades médicas -que no poseen ningún poder legislativo legítimo- con los de las autoridades políticas que sí lo tienen, naturaliza la omnipotencia de un megapoder burocrático que, como han advertido Poulantzas y Jessop, convierte la excepción gubernamental en la norma gubernamental.

Vemos una línea de razonamiento similar en la defensa que hace Manuel Garé del Foro Económico Mundial publicada en CTXT, la publicación más importante de la izquierda española. Según Garé, el grupo de Klaus Schwab es un baluarte contra la «delirante narrativa antiprogresista» del «conservadurismo mundial» y su Gran Reinicio, «una oportunidad para apostar por una economía más verde y sostenible, más inclusiva y menos dispar, que potencie las relaciones entre países y evite los nacionalismos y las guerras.»

Ni una palabra, sin embargo, sobre la «desigualdad ontológica» que, según Schwab, aguarda a quienes no acepten los dictados de su nuevo posthumanismo, personas a las que declara autoritariamente que serán «los perdedores en todos los sentidos de la palabra».

Esta disforia ideológica alcanzó nuevas cotas a raíz de un reciente discurso sobre fuentes de energía alternativas pronunciado por el físico teórico Antonio Turiel en el Senado español. En su respuesta a la charla, Unidos Podemos, el principal partido político de la izquierda alternativa y miembro del actual Gobierno español, retrató cualquier sugerencia de que fuerzas poderosas podrían estar manipulando el mercado energético como una conspiración infantil. Sin embargo, VOX, un partido político de extrema derecha, estuvo de acuerdo con las advertencias de Turiel sobre la inutilidad y la corrupción de muchas de las políticas energéticas oficiales actuales, citando a Chomsky.

Está claro que las etiquetas de izquierda y derecha han perdido todo el sentido que tenían en la época de las tecnologías analógicas, cuando los seres humanos controlaban realmente las herramientas recién inventadas y las utilizaban para conseguir fines políticos y sociales concretos.

Si en el siglo XVI hubo una revolución política en nombre del derecho natural, y en el siglo XVIII, una llevada a cabo en nombre de la igualdad política formal, hoy debemos llamar a una revolución republicano-democrática para defender los intereses humanos frente a una tecnocracia posthumanista programada para lograr la hegemonía global.

Tratemos las vacunas con racionalidad. No legitimemos, en nuestra confusión, lógicas abusivas que naturalizan una futura distopía en la que tendremos que compartir a la fuerza nuestros datos de geolocalización o biométricos con el pretexto de que nos permitirá evitar accidentes, infartos, secuestros o muchas otras realidades naturales e inevitables de la vida.
Autor

David Souto Alcalde
*David Souto Alcalde es escritor y profesor adjunto de Estudios Hispánicos en el Trinity College. Está especializado en la historia del republicanismo, la cultura moderna temprana y en las relaciones entre política y literatura. 

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